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  • Daniel Rabal Davidov

Espíritu, sangre y cuerpo de nuestra nación

Actualizado: 19 sept 2020


España es una encina medio sofocada por la yedra. La yedra es tan frondosa, y se ve la encina tan arrugada y encogida, que a ratos parece que el ser de España está en la trepadora, y no en el árbol. Pero la yedra no se puede sostener sobre sí misma.

Ramiro de Maeztu, Acción Española, 15 de diciembre de 1931




Españoles, ¿no estáis cansados de escuchar el crepitar de las hojas de esta encina secular, ya no medio sofocada, sino asfixiada al punto de la muerte por la yedra, con su todavía vivo canto entre los vientos pidiéndonos, suplicando ser insuflada aire nuevo, vida nueva… ser salvada de las sombras que se ciernen sobre ella, de las quimeras y de las injurias, de la incuria de no escucharla, de despreciarla, de dejarla a los peores, a los hambrientos gusanos que la desollan, deshojan, y la corroen por dentro desmigajando cada sección antes vibrante de vida, llena de luz, ahora en la más desoladora oscuridad?


Mientras el espíritu de nuestra nación siga escondido, el valor, el valor real no insuflará de vida los corazones de todos los hijos de esta encina metafórica. De esta nación que surgió como imperio ecuménico. Como búsqueda de la universalización de lo que creían lo mejor de nuestro espíritu. Nosotros nos hemos avergonzado suficiente de un pasado que, si fuese el de cualquier otra nación, sería a ojos del mundo grandioso y hasta sacro. Aunque lo sacro poco tiene que ver con lo político salvo en aquellos casos en que la inquietud, la voluntad y la osadía nos llenan el corazón de bellos propósitos y de esa luz y certeza que solo puede dar la verdad.


De aquello que se hizo de vergonzoso en esos tiempos, los nuestros ya han rectificado. Ahora, en otro punto de nuestra historia, en otra rama de esta encina secular, se despierta la frondosidad que ha de dar vida. Y esta vida va extendiéndose por todo el tronco, ramas y hojas (desde lo más antiguo a lo más nuevo) y comienza la necesidad natural de vencer, de sobreponerse frente a esa yedra frondosa pero débil, que es la que ha cegado el espíritu de una nación antes entregada a la cultura, a la luz del intelecto y del espíritu, al más allá de la voluntad, de las posibilidades humanas, a ese PLUS ULTRA eterno y glorioso.


¿Qué es la izquierda y la derecha política frente a una verdad tan pura como ese espíritu que une a toda una civilización? Una lengua, la nuestra, que es la única que puede considerarse legítima herencia del espíritu que en su tiempo tuvo el latín de los romanos, como lengua universalizadora de la cultura. Porque nuestra lengua ha extendido ese latín a todos los confines del mundo. Porque es la lengua más hablada como lengua madre en más lugares del mundo.


Que aquí quieran imponernos sus obligaciones económicas, empresariales, políticas… esos que no miran por nosotros, sino por sus propios bolsillos (hablo de esos que se llenan la boca de palabras vacías, que prometen cultura y dan sectarismo ideológico, que prometen derechos sociales y dan muerte a cualquier derecho más que al del nepotismo, que juran sobre la libertad y la arrebatan en cuanto pueden –de la mente y del propio cuerpo-), esa es nuestra actual vergüenza. Una vergüenza tan fácil de resolver que solo requiere de la voluntad firme de nuestra nación de recuperar su verdad, su espíritu y su energía para canalizarlas en acción. No en acción irreal, sino en acción humana: pensamiento, ideas, palabras, gestos…


Espíritu, cuerpo y sangre unidos hacen una nación por la que merece la pena vivir. Una nación de la que sentirse no solo orgulloso, sino orfebre de su orgullo. Una nación que no dice ser libre, sino que lo es, porque ella misma se impone sus deberes y sus derechos. No deja que unos pocos mentirosos se hagan con todo, reduzcan todo lo que es nuestro a la vergüenza y la mediocridad, deshagan nuestra unión rompiéndonos en facciones: hermanos contra hermanos, vecinos contra vecinos, padres contra hijos… y luego, cuando acaban con nuestra libertad: matando la intelectualidad, la cultura, y la esencia de nosotros mismos, piden que les aplaudamos como si fuesen el rey mono del circo. ¿Aplaudir qué? No aplaudáis la nada. Las palabras vacías son, como las promesas vacías, un espejismo en el que se cae con facilidad, pero del que se sale aún con mayor facilidad. Solo los actos significan algo. Ser valiente implica arriesgarse: arriesgarse a no aceptar lo que uno considera falso y callar jugando al traje del emperador. El emperador, con su traje tan bello, en realidad está desnudo. Todos lo vemos. Pocos lo dicen. Pero a veces hace falta la limpieza de espíritu de un niño para gritar: ¡El emperador está desnudo!


Españoles, todos aquellos que os sentís españoles en cualquier lugar de nuestro mundo (porque España es ante todo un concepto que abarca mucho más que la Península Ibérica y que ha hecho de la Hispanidad el símbolo de algo universal, algo que une naciones, culturas y razas), os digo: levantad la cabeza, abrid el corazón a la verdad y llenad vuestra alma y vuestra mente de libertad (es la única que nunca se puede arrebatar). Una vez hayáis hecho esto pensad qué podéis hacer para salvar esta encina secular de la asfixia. Para extender este pequeño vergel que surge en una rama y hacer a la vida dueña de nuevo de esta encina. Espíritu, cuerpo y sangre son los verdaderos y únicos componentes de nuestra nación, la savia de su universalidad, la raíz de su entereza (que tanto echamos de menos hoy), la cúspide de aquellas hojas que buscan tocar el Sol y renacen junto a él, mirando al horizonte y buscando llegar más allá: siempre más allá.



Daniel Rabal Davidov

17 de septiembre de 2020

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